jueves, 7 de noviembre de 2013

Tractat del lobo urbano.

"Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en
dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo
estepario" Tractat del lobo estepario. El lobo estepario. Hermann Hesse.

El lobo ha muerto, larga vida al lobo. Sobre la tumba del lobo estepario, el que camina lúgubre, el que medita de forma atomizada, el que en su anarquía de espíritu no se mezcla con los sentimientos ajenos. Es el nuevo lobo, el lobo urbano.

El lobo estepario es una obra en la que Hermann Hesse realiza un autoretrato de sí mismo mostrando su dificultad para sentirse integrado en una sociedad de valores que no le atraen en lo más mínimo. Por tanto, encarna a un personaje austero e introspectivo, errante por el mundo que no lo conoce y al que no piensa dejar descubrirlo. Su naturaleza dual de hombre que no es como los hombres lo afligía y le impedía la aceptación y la felicidad, citando a Hesse "Lo que no cabe en las casillas de «hombre» o de «lobo», ni lo mira siquiera. ¡Y qué de cosas no clasifica como «hombre»! Todo lo cobarde, todo lo simio, todo lo estúpido y minúsculo, como no sea muy directamente lobuno, lo cuenta al lado del «hombre», así como atribuye al lobo todo lo fuerte y noble sólo porque aún no consiguiera dominarlo."

Pues bien, este personaje ya no existe, el errante pensador independiente y oscuro ha sido enterrado por la historia, y el que intenta resucitarlo se ve a sí mismo impelido por una fuerza contraria, los lobos sin embargo, siguen existiendo. Existen en cada alma ebria de noctambulismo, en todos los ojos ávidos de una expresión diferente y en todas las letras derramadas con tinta invisible en folios de papel de fumar.

La nueva forma del lobo estepario es el lobo urbano y camina de forma gigantesca hacia ser el lobo virtual. Pues lo virtual nos permite estar a la vez en el exilio y en la centralidad urbana, en la historia y en las antípodas, en lo mundano y en lo irreal.

El lobo urbano (o virtual) tiene su propio tractat, el tractar de la noche en vela de lectura, el tractat de los caminos a ninguna parte en el oscuro asfalto, las ventanas iluminadas en horas intempestivas, los extraños movimientos de los trabajadores nocturnos. El salvaje instinto de poder que vive en todos nosotros cuando una iluminación nos remueve de forma impensable, nos expulsa una fuerza maligna de la horizontalidad y nos invita a pasear con los pies congelados sobre el suelo de piedra.

El actuar como se piensa, pensar como se actúa, de forma recta, seria y mordaz. El aparente rechazo inicial que no es más que la búsqueda incansable de la diferencia, del despunte de la vivacidad del ingenio. Ese es el camuflaje del nuevo lobo, y su piel es la soledad, pero bajo la piel no hay carne magullada, hay excelencia cuasi aristócrata.

El lobo no es incapaz de sentir, solo tiene una barrera más alta a los estímulos, es un esfuerzo de super-ser el hacerlo vibrar, es un logro el caminar en sus pensamientos.

Pero en la sociedad de gualtrapas, esa es la condena, la condena al férreo ermitaño, la condena a la red ficticia, la condena a la nada.

A todos los lobos, los muertos en la estepa, los refugiados en la urbe de piedra y los caminantes de la red virtual. A Hermann Hesse y a Harry Haller.

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